Entre las cosas que venimos identificando en nuestros activismos, un lugar destacable lo tiene el aprendizaje de que los debates, como las modas y la guerra fría, vuelven de vez en cuando. Es decir, hay etapas y contextos que con el fin de no dejarnos aislades y mantener cierto intercambio fluido con nuestras comunidades aliadas, nos requieren reabrir debates que histórica y discursivamente venimos dando por saldados a la interna de nuestro movimiento. Lo bueno de esto es que vamos encontrándole el gustito a eso de construir saberes y memorias que no esten organizados en torno a conceptos y significantes fijos e inamovibles, sino a que las ideas se vayan mutando como resultado del intercambio en una comunidad donde las personas pensamos y actuamos de forma organizada y distribuida.
Desde que activamos la piratería y la cultura libre venimos encontrándonos con distintas dinámicas de poder, de circulación de capitales sociales y simbólicos que generan dinámicas opresivas, donde algunxs grupxs y muy probablemente, individuxs, salen beneficiadxs y otrxs, por el contrario, son invisibilizadxs.
Relaciones que no deberían ser compatibles con el hábito de usar el atributo de “libre” como distintivo de las formas que adquiere nuestro hacer, pero que al final reproducen las mismas lógicas opresivas contra las que estamos luchando y peor aún, las vuelven oscuras a nuestras capacidades de tomar registro.
Cuando la cultura es todo menos algo libre
La libertad de la cultura se suele presentar como un atributo inalienable, como decir que todes nacemos libres por naturaleza. Y como todo esencialismo parte de una adjudicación (y un borramiento) arbitraria, se nos adjudica la potestad de ejercer la libertad universal de acceder a la cultura como queramos. La cultura libre nos hace libres por decreto como si el acceso a la cultura estuviese garantizado y esa confusión suele mezclar cultura con bienes culturales. Incluso entre las consignas de las que nos valemos para identificarnos mutuamente como aliades en la lucha por una cultura libre común hay corolarios que perpetúan esa confusión (“la copia comparte cultura”) porque lo que se tiene o no se tiene, a lo que se accede o a lo que no, lo que se comparte no es la cultura la cultura no es algo que se posee o no se posee, lo que se comparten son bienes culturales.
Cuando se menciona el trabajo de una persona o colectivx y se comparten bienes culturales sin dar atribución, se están sentando las condiciones para que ese trabajo sea apropiado, para que esa persona o colectivx queden invisibilizadxs y que otra persona o grupx les sustituya. Bajo esta lógica, quien tiene más capital social, tiene mayor capacidad de capturarlo y transformarlo en otras formas de capital.
Lo mismo pasa cuando adoptamos expresiones de grupxs marginalizadxs sin pertenecer a ellxs, estamos reproduciendo lógicas coloniales, racistas y odiantes aunque en la práctica más inmediata sea simbolizado como apoyo y buena onda. De eso se trata la apropiación cultural.
Y no es joda, porque el capital va al capital (Bourdieu dixit) y el reconocimiento se convierte en más reconocimiento, más acceso a financiamiento, trabajos, invitaciones, viajes rentados, etc. De ahí que aun en ámbitos activistas y académicos nos encontremos en una competencia constante con otres.
Por ejemplo, cada vez que se usan nuestros códigos de convivencia sin darnos atribución, cuando individualidades con aspiraciones autoreferenciales comparten en sus redes como propias las ideas a las que llegamos colectivamente a través del debate (“lo técnico es político”) y cuando se usan nuestros espacios de intercambio público de ideas como meras fuentes de información; solemos decir a modo de autoconsuelo que “Cuando se apropian de nuestras luchas invisibilizándonos es porque ganamos”, pero esa frase es un meme que no refleja las lógicas de comunidad y de alianza de movimientos que queremos aportar a construir.
La contradicción que identificamos es que creamos que la cultura libre se trata de la circulación de bienes culturales que transportan el conocimiento, ¿no? y entonces no importa quién exprese las ideas ni quien las pongas en un medio físico licenciable, porque la idea es que no vino de una sola persona ni va a terminar en ellx. La cultura circula inevitablemente se dice desde la posición hegemónica de la cultura libre, pero lo que suele faltar es que si no se explicita que lo que circula en realidad es un bien cultural colectivo, en esa circulación se profundizan relaciones de poder.
O sea que la cultura no es libre per se, sino que valiéndonos de medios políticos y organizativos, la tenemos que liberar nosotres mismes.
Sin códigos para compartir la cultura libre es otra mercancía de la cultura privativa
El antagonismo entre cultura libre y cultura privativa arrastra el binarismo de la informática, el software y el hardware, la base y la superestructura. Esta distinción nos dificulta la identificación de las continuidades de un tipo de cultura en la otra, pero sobre todo pierde de vista el poder homogeneizador de los dispositivos de la industria cultural que ponen en circulación nuestros bienes culturales en los mercados de los capitales simbólicos. De esta forma, los bienes culturales que producimos y nuestras luchas por una cultura (libre) común se vuelven el producto de la capitalización simbólica y como toda mercancía, adquieren un valor abstracto que invisibiliza el trabajo no remunerado de sus productorxs.
Dicho de otro modo, aprendimos a creer que a través de la cultura libre las formas capitalistas del mercado entran en contradicción y colaboran con las herramientas de su propia destrucción, pero en la práctica cuando nos encontramos con la apropiación y la invisibilización, vemos reestablecidas las bases para la reproducción de las condiciones de explotación que perpetúan las lógicas capitalistas. Otra vez, la contradicción se resuelve para el lado en el que perdemos.
El problema con la cultura libre es que suele estar definida de forma taxativa en relación a una serie de valores morales abstractos (“compartir es bueno”), en lugar de constituir y reforzar un código común de intercambio de bienes y capitales producidos colectivamente. De esta forma, funciona más bien como un criterio de verdad que reproduce lo peor de la industria cultural (su racionalismo abstracto, extractivista y propietario) y lo peor de la idea liberal de libertad (que está garantizada por arriba). Lo que proponemos entonces es pensar a la cultura libre como una plataforma de intercambio colectivo y no como un mecanismo de liberalización del mercado de nuestros bienes culturales y fuerzas productivas.
Para que la cultura sea libre, tiene que estar basada en relaciones reciprocitarias, donde la circulación de bienes culturales garantice también la circulación de capitales y no solo beneficie a quienes tienen garantizado el privilegio y la capacidad de beneficiarse.
Propuestas de perspectivas y perspectivas de propuestas piratas para una liberación de la cultura
En el contexto en el que vivimos toda la cultura es privativa porque los bienes culturales son propiedad privada y sus dueños no son sus productorxs, sino las corporaciones que financian, distribuyen, publicitan y alojan los servicios de su streaming. Esa privatización de los bienes culturales se sostiene en la forma en que el capitalismo organiza la sociedad separando a les que trabajan, les que crean, les que hacen, les que distribuyen y les que ejecutan, de les que piensan y deliberan. En ese esquema nosotres somos espectadorxs pasives. Por eso, para liberar la cultura nos tenemos que agenciar y organizar como subjetividades culturales y como piratas, revalorizando nuestro rol productivo y reproductivo en la sociedad.
Nuestras propuestas para liberar la cultura cuando se apropian de los saberes que producimos colectivamente, cuando no se nos da atribución por los bienes culturales que ponemos en circulación, cuando se nos invisibiliza y cuando las plataformas persiguen y cierran los canales por donde pirateamos; para todo eso proponemos profundizar nuestras alianzas, mejorar nuestras prácticas de cuidados y reformular nuestras formas y canales de organización en el marco de un conjunto de políticas de gestión de economías colaborativas. Pero sobre todo necesitamos poner en circulación códigos y tecnologías comunes para la circulación de nuestros bienes comunes. Entre ellos venimos impulsando: 1.- El copyfarleft, las licencias no violentas y de producción de pares; 2.- El torrenteo; 3.- Les ciborgs como identidades colectivas (René);y 4.- La memética.
1. El copyleft, las licencias no violentas y de producción de pares
Aunque les piratas concebimos a la piratería como una práctica relevante para liberar la cultura, sabemos que la piratería sin códigos para compartir lo único que libera es la acumulación de capital privado. Por eso, para poner en circulación y liberar bienes culturales comunes producidos colectivamente, necesitamos licencias que codifiquen y comuniquen nuestras intenciones y los derechos que ampliamos al resto al momento de liberar una obra. En ese mismo sentido, implementamos y fomentamos el uso de licencias copyfarleft porque nos garantizan una metodología para salvaguardar nuestros bienes culturales de la apropiación, añadiendo una condición de reciprocidad. En la práctica, esto estimula que haya cada vez más obras en el bien común y promueve una cultura que se libera a través de la cooperación licencias libres.
2. El torrenteo
La reivindicación más social de la piratería (y de la cultura libre) como lucha para nosotres radica en que los circuitos de distribución de la industria cultural son una basofia: están atravesados por lógicas violentas de intercambio, extraen valor de nuestro tiempo de ocio y nos consagran a la pasividad. Mientras que por otro lado, el capitalismo de las plataformas genera ganancias manteniéndonos aislades en búrbujas y dependientes de las infraestructuras centralizadas de información que cercan el contenido mediante muros de pago. Frente a esta realidad consideramos que generar formas autónomas de distribución por nuestros propios medios definitivamente tiene que tener un caracter ético, de forma que dicha reivindicación exceda lo meramente aspiracional. Entonces, se trata de una ética de recuperación del valor cultural y del rol social de (re)productorxs que nos son sistemáticamente expropiados. Y esto vale para la dimensión del valor del trabajo, pero sobre todo para el valor reproductivo del ocio. Como el acceso a los bienes culturales no está técnicamente garantizado, torrenteamos para generar una cultura libre que descanse en el ocio y la improductividad.
Pero tenemos que debatir con la idea dominante de que todo bien cultural debe ser objeto de estos sistemas de liberación. Y ese debate puede ser fácil cuando pirateamos bienes culturales de las grandes industrias del entretenimiento que dominan la cultura de masas porque la acción de estar recuperando el bien cultural común que nos fue extraído se puede ver más claramente, pero hay tantas cuestiones a considerar cuando se trata de piratear bienes culturales producidos de forma autogestiva… En esas situaciones, para nosotres, cualquier posicionamiento que conciba a dicha puesta en circulación al margen de los sentires, las opiniones, las voluntades, los medios y los consentimientos de les creadorxs, no es estratégico bajo ninguna noción de política de alianzas. De hecho al contrario, anula la posibilidad de establecer debates (y acuerdos) sobre las formas de circulación de los bienes culturales, de retribución y distribución de capitales. Por eso y como forma de aportar a una cultura libre donde no se invisibilice ni se apropie el trabajo ajeno, tenemos que romper con el estereotipo de que la piratería se trata solamente de acceder a bienes culturales de forma gratuita.
Aunque identificamos que en ocasiones es dificil llegar a acuerdos sobre cómo hacer compatibles la producción autogestiva de bienes culturales y las técnicas piratas de liberación de la cultura en el marco de un acuerdo colaborativo, nos parece problemático cuando se promueven formas unilaterales de “liberación” que generan acumulación de capital en unes pocxs. Por eso somos de la idea de que una de las tareas que tiene que resolver aquella piratería que libere de la explotación a la cultura, es acuñar formas de compartir que retribuyan materialmente a les creadorxs autogestives que constituyan al mismo tiempo formas de difusión y acción directa.
Además, dependiendo del tipo de bienes culturales que se pongan en circulación (distinguiendo entre bienes culturales autogestivos y bienes de las industrias culturales dominantes) y de si se trata de bienes editoriales o audiovisuales, tendremos que identificar matices propios de cada situación productiva. Lo mismo pasa si el fin de la piratería se acota al ámbito doméstico, la autoformación en el contexto de nuestros espacios de activación, la academia o en eventos públicos; habrá que encontrar formas de retribución recíproca que respondan a las particularidades de cada situación.
Tambien pasa que muchas veces ponemos el foco en que solemos piratear para ver o para hacer ver, no para lucrar. Pero al mismo tiempo, si bien de esta forma los bienes culturales podrían lograr mayor difusión y adquirir mayor distribución y circulación, esto solo no garantiza que el trabajo de les creadorxs deje de estar precarizado. Se trata entonces de contradicciones que solamente vamos a poder superar mediante el diálogo y la alianza.
Nuestra propuesta para el torrenteo es hacer de la piratería una forma de reclamar que las corporaciones (estatales y privadas), distribuidoras, productoras y demases, no se enriquezcan con el trabajo no remunerado de les trabajadorxs y al mismo tiempo, generar formas de distribución y difusión autónomas en alianza con les realizadorxs bajo el marco de las economías colaborativas.
3. Les ciborgs como identidades colectivas
Hay apropiaciones y apropiaciones. Y cuando se trata de apropiarnos de tecnologías de la comunicación y la información, está cantado que lidiamos con dispositivos de captura. La grieta en este asunto, lejos de estar entre quienes creen que la apropiación de ese tipo de tecnologías es posible y quienes sostienen que no, está en cómo se lleva a cabo la transición tecnológica hacia la apropiación. Obviamente no lo tenemos saldado, pero creemos que podemos empezar por hacer que las tecnologías hagan lo que queremos que hagan y que dejen de hacer lo que no queremos que hagan ¿y qué mejor forma de apropiarse de una tecnología corporativa que situarla como agente de articulación de los emergentes de nuestra comunidad?
Conformar identidades colectivas como René Montés nos protege de la apropiación que no queremos, la asignación individual de capital simbólico y social que se genera en torno a nuestras organizaciones y a escala micropolítica. Esta forma de abordar la cuestión referencial sobre las personalidades individuales no resuelve por arte de magia el referencialismo político ni el fetichito del culto a la personalidad característico de los movimientos sociales y organizaciones políticas, pero nos hace posible generar procesos colectivos que vayan de la problematización abstracta de esa realidad a la gestión de formas organizativas. Y eso tiene gustito a una buena estrategia.
En la cotidianidad de nuestras luchas, René constituye un medio para dar apoyo y acompañamiento a compas y organizaciones aliadas que se encuentran en situaciones complejas, que les exponen como objeto de acoso, ataques cibernéticos y/o judiciales y que ameritan un seguimiento responsable, comprometido, cercano y empático. Para abarcar la delicadeza que ese tipo de acompañamientos requiere, nos parece importante asumir un rol de cuidados, estableciendo como principio político que esa tarea no recaiga en personalidades individuales; no solamente para llevar a cabo procesos más reflexivos, sino también porque el reverso de la acumulación del capital simbólico y social son la exposición y la explotación.
Pero sobre todo, y como hicieron les luditas (con Ned Ludd), les zapatistas (con Marcos y Galeano) y las socorristas yanquis (con Jane) entre otres; René, en tanto ciborg, hace posible prefigurar formas de aparición, de vida digna e inteligibilidad social/ política como piso de acuerdo fundamental y necesario para cualquier tipo de intercambio, alianza, organización, actividad y proyecto de vida en comunidad.
4. La memética
Entre muchas cosas que se pueden decir sobre el memeo, que es un acto de piratería de la cultura es la esnobeada que más nos gusta. Porque en estas épocas lo que no salgamos a simbolizar con un horizonte de disputa al fascismo y a la derecha liberal, eventualmente se va a volver una herramienta de opresión en nuestra contra. Y por suerte, en ciertas oportunidades la memética abre brechas de forma que en el acto de crear, curar y traducir imágenes a partir de ideas simples y poderosas, difundirlas e influenciar la consciencia colectiva; por momentos se pueden subvertir las lógicas de la hegemonía.
Aunque no están al margen de las nociones dominantes que se organizan en torno a la autoría (el uso de marcas de agua y que se suele hablar de “robar memes”), sobre los memes no rige el mismo ánimo privativo que rige sobre otros bienes culturales. Pero en este caso, las condiciones de producción de memes no se corresponden de forma muy clara con su caracter de bienes culturales libres y eso se puede deber a que cuando algo es gratis, el producto es une… o lo que es lo mismo, el trabajo lo pone une. Es decir que la captura, la privatización, en el caso de los memes está en otro lado y que el precio de que sean libres se paga con la marginación de otres. La línea de corte la establece la capacidad de acceder al lenguaje de la memética: construir artefactos visibles cuya autonomía de quien los produce depende de que estx les confiera mediante un conjunto de convenciones, los elementos para su interpretación. De esa forma, la apropiación que se perpetúa en el caso de los memes no es ni más ni menos que la del acceso a la maquinaria y a las herramientas de trabajo.
Por eso hicimos un meme que dice que lo técnico es político y por eso para nosotres crear memes es una práctica colectiva de socialización que constituye un medio y un fin al mismo tiempo. Un medio para el desarrollo de un lenguaje común no violento, antifascista, transfeminista y en oposición a toda forma de odio; y un fin para comunicar y poner en circulación bienes culturales que transporten ideas sobre cómo les piratas concebimos, elaboramos y transformamos la realidad que nos rodea. Por lo general, se trata de una transformación ambigua y accidentada; lo que pone de manifiesto que memear, en tanto puesta en marcha de una serie de modelos de representación de la realidad que se adaptan a distintos contextos para generar lecturas posibles, deja una impronta en nuestros pensamientos que inevitablemente nos vuelve un meme de nosotres mismes.
Una estrategia pirata por el rechazo de las libertades forzadas y la desaparición de las disciplinas derrocadas
Cuando se trata de poner en circulación bienes culturales, el repertorio de imaginarios de lo libre y lo privativo no son necesariamente antagónicos. Como mencionamos, incluso desde el código de la cultura libre, poner en circulación bienes culturales es a costa de otres. Y esto, además de tener que ver con la reproducción acrítica de una noción liberal de libertad, tiene que ver con concebir como no contradictoria la libertad del comercio y de las ideas y la protección que confieren los privilegios (de raza, de clase y de género), el capital simbólico/ social, las estructuras económicas e incluso, las instituciones (como la academia y el Estado).
Al igual que pasa con las licencias privativas, el derecho de autor y el copyright, cualquier dispositivo que trate de crear control y coacción segrega siempre tácticas que lo domestican y lo subvierten; lo mismo pasa a la inversa con nuestras resistencias, porque no hay producción cultural que no se valga de condiciones (materiales e inmateriales) impuestas por la tradición, la autoridad o el mercado y que no esté sometida a las vigilancias y a las censuras de quienes tienen el poder sobre las (plata)formas, las palabras y las cosas.
Nuestra tarea como piratas es pensar una ética de la liberación de la cultura, un conjunto de metodologías, formas de organizarnos y establecer alianzas para poner en circulación nuestros bienes culturales comunes. Nuestra táctica es oponernos a las libertades forzadas y eliminar los rastros de las disciplinas derrocadas.