Medios y tecnologías autoritarias para una finalidad autoritaria
En estos días se anunció lo que intuíamos iba a ser el desarrollo de las medidas bajadas desde los estados para controlarnos con la excusa de la pandemia. Nos enchufaron una app a la que podemos hacer mil críticas técnicas, pero lo importante es la app como medida tecnocrática y lo que representa en el contexto del capitalismo cognitivo.
Según los medios hegemónicos la app que acaban de anunciar de forma poco clara y en un contexto de limbo de derechos civiles, solo se trata de una encuesta a completar cada 48 horas para poder renovar el permiso de circulación. Sin embargo, para eso los datos tienen que ir a guardarse algún lado. En este caso van hacia los servidores de Amazon, la misma que obliga a sus trabajadorxs a seguir trabajando como si la situación sanitaria no existiera (para elles la cuarentena nunca fue una posibilidad). Además, Amazon es el proveedor más grande de infraestructura de Internet de forma que la mayoría de los servicios que usamos cotidianamente están alojados allí. Así, es muy probable que en concreto, los datos que genere la app se alojen físicamente en centros de datos de Amazon en Brasil, pero que también se distribuyan por todo el mundo, a todos los otros miles de centros de datos que tiene la corporación. Al fin y al cabo no son solo explotadores de personas y pioneros en control cibernético, sino también explotadores de computadoras y datos.
Articular lo político para hacer posibles los reclamos técnicamente imposibles
Cuando como colectiva nos pusimos a intercambiar ideas sobre qué características debería cumplir la app, inmediatamente pensamos en que sea auditable, que su código fuente sea público para saber qué se hace con nuestros datos, que se generen y comuniquen políticas específicas de protección de datos y la privacidad de les usuaries, debían ranquear la lista. Pero que una corporación sea dueña de los servidores donde se alojan físicamente los datos de la app representa en sí un problema en términos de soberanía de datos, uso y protección tal, que barre por completo con la posibilidad de que todos esos reclamos se cumplan. Es decir, claramente hay distintos órdenes de reclamos que hace falta enunciar y problematizar en lo que repecta a CuidAr. En particular ya simplemente el hecho de que desde su propuesta no se plantee como una herramienta articulada a un proyecto epidemiológico y sanitario concreto (testeo masivo, por ejemplo) seguramente recalca la necesidad de que dichos reclamos no sean solamente de caracter técnico.
Por otro lado, todavía tenemos dudas respecto de la viabilidad legal de la “imposición”, dado que el presidente comunicó en su conferencia de prensa del 8/5 que el uso de la app sería obligatorio para poder circular en caba y el amba. Lo que nos parece importante notar es que seguramente en la experiencia más cotidiana de les usuaries, de una u otra forma se va a prestar como chivo expiatorio para la brutalidad y el exceso policial y esto tiene que ver con que la realidad del impacto de cualquier dispositivo, ya sea técnico o jurídico, no está prescripto ni en el código fuente, ni en la letra de la ley.
Es un hecho que las apps que nos siguen y escuchan lo que deseamos constante y cotidianamente ya existían. Son las que generan las ganancias multimillonarias de los ricos que ahora más que nunca sueñan con una profundización en la conquista y extracción de valor de nuestros espacios más íntimos. Son los que han montado la infraestructura del control que se prestó tan bien a sus intereses durante la cuarentena: trabajo ultra-precarizado alrededor del transporte y la logística a domicilio, el software de copiar y pegar para armar en dos meses apps de seguimiento, centros de datos distribuidos por todo el mundo, etc. Y son apps que tienen nombre y apellido, son Uber, Rappi, Glovo, Amazon, Microsoft, Google, Twitter y Facebook. Pero el hecho de que en este caso sea el estado el que obliga a usar una apliación que acumulará info de la población que la use, seguramente merezca un análisis aparte que ponga en diálogo la medida en cuestión con otras tecno-políticas similares como pueden ser el reconocimiento facial y el voto electrónico. Habiendo protocolos de contact tracing más seguros, que respetan nuestro derecho al anonimato y la privacidad, nos parece que nuevamente lo técnico se plantea como una gestión silenciosa, ya que el tiempo de almacenamiento de los datos y la finalidad con la que se usarán –por dar un ejemplo de dos cuestiones que podrían ser críticas– son cosas que permanecen en total oscuridad y no están garantizadas de hecho.
Hay que tener código para debatir
El código que estuvo rondando por ahí indica que la app fue hecha a las apuradas y bajo la lógica del mínimo producto viable. Pero el punto no es ser carnerxs del trabajo de otres trabajadorxs como nosotres, porque en definitiva, la calidad de un código es algo que mejora con el tiempo. El problema, además de ser el mismo que nos individualiza para gestionar nuestra salud y fuerza productiva, y ser el que nos hace llegar al fetiche técnico de despellejar a le compañere, es el problema de nuestro caracter de desposeides, que la app se baje desde arriba, que no sea “transparente” a les usuaries respecto a las políticas técnicas que tienen que ver con donde se va a alojar y para qué se va a usar la data, tampoco es pedir que haya tiempo y financiamiento para ese tipo de herramientas; el problema es que haya tiempo y guita para este tipo de apps porque es el tipo de herramientas oficiales que se quieren desarrollar. Les piratas queremos que haya tiempo y financiamiento, pero para que podamos decidir cómo queremos que sean estas herramientas tecnológicas.
Queremos decir que esta y otras apps son parte de un entramado capitalista y civilizatorio donde se meten la urgencia y la hegemonía tecnocrática. Un proceso que venía avanzando con el gobierno “basado en datos”, con control cibernético de las personas, ahora se acelera de prepo. Y el control es lo que ofrecen como posible las tecnologías que desarrollan las empresas que recurren a los servicios de las corporaciones. Quizás es por esa voluntad de controlar que llevan dentro, que se generan las posibilidades técnicas.
Clasismo y tecnocracia como la frutilla del postre
Por supuesto, en el recorte que hace el paradigma tecnócrata, quedan por fuera quienes no tienen acceso a los dispositivos que median nuestra relación con el poder. Quizás el punto es que ya ni median, sino que cada vez más solamente botonean. Porque el sueño del control de tener un policía en cada ciudadane es el mismo que el de tener un policía en el bolsillo de cada ciudadane ¿Y por qué no tener los dos?.
Como Partido Interdimensional Pirata venimos llevando a cabo experiencias que sitúan las tecnologías en el territorio de las necesidades, condiciones y contextos de quienes las usamos. Sabemos que no hay tecnologías neutras y que los márgenes de apropiación y posibilidad de autodeterminación tecnológica deben ser permanentemente cuestionados. Por eso, lo que nos preguntamos es, cuando la app sea definitivamente obligatoria (no está claro aún), ¿Quiénes la van a tener que usar? ¿Dónde van a funcionar? Porque lo que termina profundizando la tecnocracia es la estructura de clases y la distribución desogual de los privilegios. Para participar del gobierno cibernético hay que tener dispositivo. También conexión a Internet. Y electricidad para recargar las baterías. Ni hablar del agua potable y otros servicios básicos para la vida.
Lo que queremos problematizar como colectiva pirata es que cuando estas tecnologías de seguimiento y control son desarrolladas y puestas en circulación rápidamente, apelando a la urgencia de la necesidad y además de eso, se plantean como las únicas tecnologías posibles; se hace coartando la posibilidad de activar y desarrollar otras redes tecnológicas de sorroridad y ayuda mutua que nos empoderan y promueven la autonomía y los cuidados colectivos.