Qué vamos a hacer
Hace poco tiempo tradujimos y editamos un texto que se llama “Sobre los autos voladores y la tasa decreciente de ganancia” de David Graeber. Es un texto que nos gustó aunque nos costó hacer entrar el título en una tapita de 14x10cm y ahora queremos presentarlo.
Así que nos vamos a juntar en la biblioteca popular Eduardo Martedí, Pasco 555 (CABA), el viernes 27 de julio de 18 a 20hs, a hablar un poco sobre qué es Utopía Pirata, nuestro proyecto editorial, y de qué va esto de los autos voladores.
Si no leíste el libro, lo podés descargar acá. Imprímitelo, o descargate FBReader desde F-Droid para leerlo en el celular. Si lo querés en papel, escribinos
También podés aprovechar los apuntes que salen más abajo, que te podés descargar en PDF listo para imprimir, cortar a la mitad, doblar y compartir o en ePub para leer en el celular o el ebook.
Y si no te da para investigar qué es Utopía Pirata y leer todo esto, vení a la presentación y nos conocemos.
No te olvides de traer un pendrive para compartir libros P)
Qué es Utopía Pirata
Utopía Pirata, o a veces cuando nos vamos de mambo, Utopías Piratas, es la barca editorial del Partido Interdimensional Pirata. La tarea que nos auto-asignamos es la de leer, seleccionar, traducir si es necesario, editar, publicar y difundir textos que enriquezcan discusiones y prácticas que consideramos dentro de la esfera pirata y por ahí expandirla hacia otras utopías.
Nos faltan un montón de temas por tocar.
Utopía es también un experimento editorial. Nos proponemos publicar, sí, e incluso llevamos al papel, pero la apuesta como proyecto es la de ser un proyecto editorial libre. Todas las herramientas que hacemos y usamos son software libre, los formatos, los diseños, las plantillas y el conocimiento que ponemos en este juego son libres.
Los textos, claro, son libres aunque a veces solo tácitamente libres P)
Quién es David Graeber
Vinimos a darnos cuenta en los últimos días que David Graeber es nuestro caballito de batalla para un montón de temas. En The Democracy Project ya nos apuntaba a Starhawk como formadora en democracia directa y toma de decisiones por consenso, que luego publicaríamos como Herramientas para la democracia directa, uno de los primeros textos de Utopía Pirata. Luego re-publicamos Las nuevas anarquistas, un artículo donde analiza formas de activismo, aunque nunca nos animamos a sacarlo en papel.
Y leímos En deuda: los primeros 5000 años, donde habla sobre los mecanismos capitalistas para mantenernos en deuda, desbarranca el mito neo-liberal del origen del dinero y La utopía de las normas, sobre el afán burocratizante de esta etapa del capitalismo.
Y ahora estamos leyendo Bullshit Jobs: A theory, donde expande su hipótesis sobre el auge de los laburos de mierda, rejuveneciendo la discusión anti y post-trabajo y al que próximamente editaremos.
El problema es que el chabón nos cae bien, pese a ser un antropólogo gringo y blanco :P
Apuntes
El artículo en inglés fue publicado en marzo de 2012 como Of Flying Cars and the Declining Rate of Profit en The Baffler.
Arranca estableciendo la existencia de una decepción general sobre el rumbo que siguió el desarrollo tecnológico en el último medio siglo e identifica que esa decepción nos dejó preguntándonos qué pasó con los autos voladores; lo que vendría a ser una especie de meme sobre lo que le pedimos a una cultura que nos prometía un futuro encantador y profundizó una distopía horrible. Entonces, si bien de entrada puede sonar un poco naïve este cuestionamiento sobre la inexistencia de los autos voladores, detrás de esa pregunta se aloja una insatisfacción en la que Graeber propone el gancho del texto.
Este cuestionamiento se contrapone a cierto optimismo tecnológico que vendría a ser algo así como una forma de determinismo en la que mucha gente parece asumir que vivimos en una era de innovación técnica sin precedentes; pero que por otro lado, tiene la doble cara de reconocer elementos de la estética cyberpunk con la que venimos soñamos desde chicas.
El texto sirve mucho para situar históricamente el problema del relato sobre el futuro. Arranca diciendo que a todas aquellas que nacimos entre los años 60s y los 90s, una serie de instituciones como los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, instituciones científicas e incluso muchas veces el mismo estado, nos vendieron una imagen del futuro adornada con campos de fuerza, colonias en Marte, patinetas antigravedad, teletransportación y estaciones espaciales. Sin embargo, parece que nada de eso se materializó con la llegada las tecnologías de la comunicación y las computadoras. Incluso muchos de los avances en tecnologías de la comunicación que se esperaba que existieran en este momento nunca se concretaron. Lo que sí tenemos, por ejemplo, son computadoras analizando datos financieros para generar predicciones que orientan a los inversores para aumentar la velocidad en la toma de decisiones y la competitividad de ciertas empresas en el mercado de capitales. Es decir que incluso en lo que se refiere a nuestros sueños más mojados con el desarrollo de la informática y sus aplicaciones, la innovación y lo que se nos presentó como la realización de muchas de nuestras expectativas, terminaron atendiendo más a la forma en que funciona el capitalismo que a problemas concretos de la gente común, ni hablar de la utopía de la abundancia y el fin del trabajo con la que soñaban anarquistas y comunistas por igual.
Entonces un punto fuerte que Graeber pone en juego en este ensayo es que las instituciones que promovían estos pronósticos tipo fantasía sobre el futuro, no eran dos o tres loquitos, sino gente que sabía lo que hacía y que comunicaba desde cierta autoridad y cierta experticia para enunciar la dirección hacia donde iban las cosas. Este mito contaba con el respaldo de la memoria cultural del progreso y las innovaciones científicas y tecnológicas que tuvieron lugar entre el 1900 y la década del ’20, para marcar una aceleración posterior. Por eso, al no concretarse esas predicciones, nos quedamos preguntando qué pasó.
Entre los ’50 y los ’60 se comienza a dar una caída en la innovación científica y tecnológica, con las microondas, las pastillas anticonceptivas y los lásers como los desarrollos más sobresalientes de la época. De ahí en más el desarrollo tecnológico se convirtió en una recombinación de tecnologías ya existentes o en la comercialización masiva de cosas que ya se habían inventado y habían estado esperando la concreción de ciertas condiciones de producción para poder impactar en el mercado. Es loco que hayan habido cambios fundamentales en los paradigmas científicos en los últimos cuarenta años, mientras que si se mira de cerca el enlentecimiento del desarrollo tecnológico va de la mano de una disminución en la producción de conocimiento científico.
Que la ciencia y la técnica están relacionadas estrechamente es casi una obviedad pero lo que marca Graeber es la existencia de cierto horizonte imaginativo acotado para re-crear el presente. El peligro de retener esta idea es que nos puede llevar a pensar que nada está pasando en los campos de la ciencia y técnica, cuando en realidad pasan cosas que moldean el futuro en cierta dirección. En realidad, dice Graeber, la disminución en la cantidad de papers científicos publicados y la caída del desarrollo tecnológico a partir de los ’60 fueron invisibilizados por la épica publicitaria de la carrera espacial.
Es irónico que detrás de la tensión que se mantenía entre la unión soviética y el occidente capitalista, se perpetuaba un relato de prosperidad en la apariencia de la aceleración del progreso del conocimiento. Esa apariencia montó una pantalla de propaganda sobre el hecho de que las economías de escala que llenaban los mercados de bienes de consumo se contraponían a las políticas de la clase trabajadora. Esta estrategia de promover el consumo se instaló después de la segunda guerra mundial, donde los gobiernos de los países capitalistas se metieron de lleno en la campaña de crear políticas laborales para combatir la amenaza de la revolución y los movimientos de izquierda.
Terminada la carrera espacial, el capitalismo se replegó a formas de desarrollo tecnológico alineadas con modelos decentralizados de producción para poner en oferta una masividad de productos que respondieran a los estándares de consumo del libre mercado. En ese contexto, los grandes proyectos de los gobiernos no desaparecieron, sino que se trasladaron a la investigación militar, armas, comunicaciones, monitoreo y seguridad nacional. Este cambio explica por qué no tenemos fábricas robot: porque las investigaciones se dirigieron hacia otro lado. Entonces en lugar de tener robots produciendo cosas, tenemos robots ejecutando operaciones de combate. Lo que se automatiza no es la producción de abundancia, sino la producción de sujetas disciplinadas, mutiladas o asesinadas.
Un procedimiento que habilita el texto es considerar a la computadora personal y a las herramientes computacionales de análisis de datos masivos como dispositivos que vinieron a cerrarle el callejón a todas esas promesas sobre el futuro, relegándonos al conformismo de maravillarnos con las interfaces de los medios sociales de apropiación de trabajo no remunerado y a sobrevalorar los indicios de las innovaciones en telecomunicaciones.
Mandel, un autor que Graeber referencia bastante, situaba una tercera revolución industrial para el momento de las computadoras personales, luego de la cual se alcanzaría un nivel de automatización tal que se terminaría el trabajo como se viene dando desde los últimos tres siglos. Estos cambios significaban la posibilidad del fin del trabajo y generaron, en las pensadoras de la época, una serie de entusiasmos y debates sobre el futuro de la clase trabajadora. Pero de nuevo, la tercera revolución industrial nunca pasó. Lo que sí pasó fue que dichos avances combinados con nuevas formas de transportar mercancías se impusieron como el modelo que emergió de la crisis del petroleo y como resultado, la parte medioambientalmente más jodida de la industria migró a los sures globales. Esto les permitió a las grandes transnacionales contratar mano de obra barata para (irónicamente) operar procesos de producción técnicamente poco sofisticados y así mantener ciertos estándares de ganancia. Junto con esta tendencia, Graeber identifica la aparición de otras formas de trabajo en el norte global, que reconfiguraron a las trabajadoras para la prestación de servicios y/o para la producción masiva de datos o conocimiento y el consumo de ansiolíticos.
En el caso paradigmático de China, últimamente se ha venido dando un proceso muy acelerado de tecnificación y automatización, que si bien ocurre en un contexto y en unas condiciones muy diferentes a las que se pueden dar en otras regiones, abre la duda sobre qué viene después de la tecnificación de las industrias geopolíticamente situadas en el tercer mundo. ¿A dónde van a migrar las estructuras del modelo productivo cuando ya no haya una periferia donde producir sea tan rentable? De nuevo, qué va a pasar con el futuro… Acá Graeber prefiere dar un giro para otro lado y retoma la cuestión sobre por qué las predicciones del futuro que había en el pasado no se concretaron en el presente.
Entonces identifica dos posibilidades: o que aquellas predicciones hayan sido irreales –en cuyo caso deberíamos cuestionarnos porqué tanta gente (supuestamente) tan capa estaba equivocada–, o que de hecho, las predicciones eran realistas –en cuyo caso deberíamos pensar qué fue lo que bloqueó ese progreso. Sin embargo, la explicación clásica es que las expectativas sobre el futuro eran poco realistas y que la competencia entre eeuu y la unión soviética daba la impresión de que estaba sucediendo un progreso mucho más grande del que efectivamente estaba sucediendo. De hecho, toda la era espacial se trató de estas dos autoproclamadas sociedades pioneras contando su versión del mito de la expansión ilimitada. ¿Cómo no iba a haber confusión sobre cómo sería el futuro? El relato que se le contaba a una nena en el 1900 sobre cómo sería el futuro, resultó ser muy acertado a cómo realmente fueron los años ’60, había submarinos, radares, televisiones y cohetes; mientras que lo que se le contaba a una nena en los ’60 nunca resultó concretarse. Acá la explicación clásica se queda corta.
Graeber nos propone entonces que veamos que toda la cuestión del relato sobre el futuro fue diseñada por los intereses de las clases dominantes en reacción a una realidad tecnológica que por un momento pareció cuestionar la perpetuación de su poder. Un detalle a tener en cuenta es que no había nada emancipatorio en las tecnologías emergentes de esa época, sino que a duras penas (que no es decir poco), habilitaban la posibilidad de una batería de fantasías de emancipación a futuro. Fue una época en la que toda propuesta de transformación era diseccionada por los intereses de los capitalistas en el marco de la lucha contra el comunismo.
Como consecuencia del optimismo tecnológico de la época y bajo la ubicuidad del determinismo tecnológico que tomaba lugar en las fantasías de todas las ideologías, los capitalistas reaccionaron creando dispositivos burocráticos para redireccionar y bloquear los desarrollos. Esto configuró todo el sistema productivo, el mercado del trabajo, la forma en la que se estudia, la forma en la que se investiga y se producen avances tecnológicos hoy en día. Así, los capitalistas, al haber identificado el poder revolucionario de la tecnología para transformar la sociedad, impulsaron el libre mercado de la era de la información para combatir los enfoques materialistas. De esta manera, el surgimiento da la computadora personal y la tecnificación de la producción consistieron en hitos en el desplazamiento del foco hacia una narración no materialista de la historia.
Se trata de un debate sobre el trabajo inmaterial o mejor dicho, trabajo material versus trabajo inmaterial, es una discusión que cobró vigencia con el surgimiento de la sociedad de la información. Las teorías que abren la era de la información hacen una propuesta de liberación de la materia y al mismo tiempo mantienen una relación cercana con el complejo industrial-militar. En la práctica, la implementación de estos modelos de sociedad del conocimiento fueron financiados por contratistas militares. Entonces la principal estrategia de marketing de estas propuestas de invisibilizar el origen de la procedencia de los recursos financieros no pudo terminar de desplazar a la materia de la centralidad que ocupaba en otros modelos de sociedad.
Según Graeber la cuestión material sigue teniendo vigencia en la problemática porque los capitalistas nunca invirtieron en robots para el parque industrial en el que convirtieron el tercer mundo, porque dicha inversión, al eliminar a la trabajadora, al trabajo y por lo tanto, al valor, hubiera disminuido la plusvalía sobre la cual se sostenían sus ganancias. Por eso las inversiones destinadas al desarrollo de cohetes y robots fueron redirigidas a tecnologías de la información bajo una serie de condiciones que permitieron un manejo del impacto de estas sobre el orden existente y su integración en una visión que no amenazaba las condiciones de acumulación del capital en el futuro. Por su parte los futurólogos se encargaron de crear el marketing de estas nuevas tecnologias –al convencernos de que las computadoras pueden ser parte de nuestra vida cotidiana, por ejemplo– sobre la base de otra fantasía, aquella en la que se puede generar una sociedad estable basada de su capacidad de reproducir las condiciones que la hacen posible.
Entonces cuando nos preguntamos qué pasó con los autos voladores, con las fábricas robot y con las fantasías que teníamos de niñas, la respuesta que nos ofrece Graeber es que no fueron financiadas y en su lugar obtuvimos tecnologías de control social y sometimiento de la clase trabajadora. Esta propuesta de Graeber se contrapone a la interpretación habitual del neoliberalismo respecto de su prioridad en lo económico sobre lo político y señala que todos estos hechos que revisa en el ensayo, son una evidenca de cómo en el sistema neoliberal, lo económico es secundario. Con la llegada de esta etapa del capitalismo se pierde la posibilidad de tener una tecnología que traiga nuestros sueños más descabellados a la vida, como decir, los autos voladores.